jueves, 28 de octubre de 2010

La danza como estado de ánimo



Por: Alberto Dallal

Gabriela Medina y Mario Villa han realizado el montaje de una pieza coreográfica
que nos introduce de lleno en la expresividad singular de la danza contemporánea: En vida hermana, en vida… La modalidad, a la que estos creadores denominan “Video instalación coreográfica para concierto de dos bajos y un zopilote”, ciertamente interdisciplinaria como lo son, en general, todas las “puestas en danza” o producciones coreográficas actuales, persigue y logra la integración de los temas contemporáneos a la enorme variedad de propuestas y entremezclas escénicas de los espectáculos de rock, las interactivas producciones electrónicas, las vicisitudes climáticas y de improvisación del modernoEntertainment. Como en otras de las producciones de La Manga, en ésta surgen boyantes algunas de las características que han llevado a la rigurosidad técnica y a la plena creatividad a estos dos, ahora ya maduros, protagonistas de la nueva época de la danza contemporánea mexicana: búsqueda de nuevas vetas “narrativas” en la plena libertad de la experimentación y en ausencia de las cortapisas de las producciones escénicas y coreográficas magnas, obvias y tradicionales.

En efecto, en el Foro de las Artes, un liso, limpio espacio “escénico”, proclive
a los juegos y malabares técnicos (ubicado en el Centro Nacional de las Artes),
Medina y Villa han montado una obra llena de sorpresas y agradables combinaciones dancístico-visuales, que apelan a la apertura de los espectadores hacia el juego de los nexos entre técnica e imagen, realidad-efecto, sincronía-desconecte. La responsabilidad “narrativa” se halla en los cuerpos de dos experimentadas bailarinas, Mariana Granados y la misma Gabriela Medina, quienes, partiendo de la realidad depositada en los ojos y las expectativas de los asistentes, van realizando concentrados ejercicios que no van más allá de las maquinaciones inmediatas: observar el espacio, mirarse entre sí, mascullar frases, cambiarse de vestimentas, echarse en el piso y levantarse, ejercicios que “ponen en órbita” a un público al que se le ha dicho con anterioridad que hay “elementos técnicos que no funcionan” para esa función y que por ende se halla a la expectativa de la inmediatez que ofrece un espacio que simula en todo momento un estudio de televisión o un foro-concierto de rock, o incluso un talk-show. En este espacio subyacen las claves de toda la narración, trágica, por cierto, de la “trama”: el argumento consiste en retomar “la cualidad festiva e irónica que nuestra cultura da a la muerte creando un espectáculo tipo concierto rockanrolero…”

Se trata de dos rubias conductoras de un programa, un direct show planificado
para hablar y para cantar. Vestidas a la pin up girl, con magníficos y sugerentes (y por tanto funcionales) diseños de Miguel Mancillas (coreógrafo fundamental de la compañía Antares, sita en Hermosillo), van estableciendo una serie de ejercicios simultáneos de voz, respiración, avivamiento y casi de inmediato decaimiento de sus estados de ánimo, situaciones que van sumiendo a los espectadores en un mundo triste, trágico que va rompiéndose, trastrocándose, en dirección de la realidad con la “irrupción” de los propios técnicos del “programa” que arreglan enseres, concentran luces, etcétera. Las bailarinas-cantantes de rock se acicalan, dialogan, señalan inconvenientes, se transmiten sensaciones, yacen en el piso mirando el futuro o la vida seca, y mediante sincronías y des-sincronías narran una cierta historia, una biografía encubierta que introduce al público en la triste historia de dos chavas, dos güeras que nos hacen sentir nostalgia, por instantes misterio, la tragedia de una de ellas, de ambas, de nosotros, los transeúntes, afuera, sentados, viendo cómo se realizan ejercicios de instantánea y ¿lúcida? “modernidad”; vemos cómo se cambian de vestimentas, cómo se acercan al micrófono e intentan cantar,
revelar; nos envuelven en un juego de irrealidad ¿electrónica?, acompañándose,
enfrentándose, sumidas en la música, sí, electrónica y acertadamente espacial de
Alonso Arreola.

Pero sobre todo nos sumen en un sorpresivo estado de tristeza. Algo que no dicen, que no hacen y sí expresan ambas (¿hermanas?, ¿amantes?) queda depositado en el “estudio”, en los remedos de frases y canciones ante los micrófonos, en sus pequeñas y evidentes agresiones entre ellas, algo que se expuso poco a poco, se desenvolvió durante la colocación de cuerpos inertes y durante las caricias a
ciertos buitres de conformación fálica, una sucesión de situaciones que, aun lenta y paulatinamente, conduce al desenlace que puede ser el fin del programa, la terminación de las sensaciones, el punto final de una coreografía que acabó, vía el talento y buen manejo del espacio, en una especie de exhausta muerte en vida mediante la manipulación del símbolo-buitre.

Atractiva la plena sincronización de cuerpos y estados de ánimo de ambas bailarinas-coreógrafas. Estupendos los diseños visuales de Mario Villa, que cubren el espacio sin molestar, sin “robar cámara”, sin protagonismos plásticos. La narración escénica del relato perfectamente sumergida: los episodios encubiertos y los cuerpos cubiertos por impermeables de color, por blusas y faldas cortas, blancas-doradas, que finalmente nos hacen apartar de la mente el “concierto de rock” o el concurso de baile, o la narración de una muerte y que nos van seduciendo para aterrizar en las enormes, socavadas tragedias de nuestro tiempo electrónico. Nos reponemos al final para aplaudir muy animosamente este ejercicio libre y soberano, bien construido, de danza contemporánea.

* Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y coordinador de esta revista electrónica.

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