martes, 22 de febrero de 2011

"Estoy algo sorprendida", expresó la homenajeada Guillermina Bravo en el Palacio de Bellas Artes



El público se puso de pie. Guillermina Bravo, la máxima creadora de la danza mexicana del siglo XX, volvió a su casa: el Palacio de Bellas Artes. Lo hizo a paso lento, cansada por los años, 90 de vida, 70 de trabajo; pero aún firme con la palabra: "Estoy algo sorprendida", expresó. Los admiradores de la artista ofrecieron una ovación larga: "¡Bravo! ¡Bravo!", gritaban.

La emoción, sin embargo, no se desbordó. Guillermina, ecuánime, como siempre, pidió a los asistentes que pararan el aplauso. Con un gesto los invitó a sentarse. Y cuando ella hace una señal, los demás la acatan, al menos así lo hacen los de su gremio, el de la danza.

Antonia Quiroz, una de las más grandes bailarinas que haya dado México, la acompañó en la mesa. Atrás de la "loba" de la danza moderna mexicana se sentaron Miguel Añorve, también bailarín extraordinario, a quien la historia de la danza aún no hace justicia, y Orlando Schecker, quien es director del Colegio Nacional de Danza Contemporánea de Querétaro.

Poco tiempo tuvo el público para disfrutar de Guillermina Bravo. Y es que mientras Teresa Vicencio, directora del Instituto General de Bellas Artes, resaltaba los aportes de la coreógrafa, maestra y bailarina a la cultura mexicana, la creadora se esforzaba para respirar.

Miguel y Orlando la auxiliaron de inmediato con el tanque de oxígeno que tenían listo. Luego, Guillermina Bravo pidió al público el reconocimiento a los maestros del Colegio Nacional de Danza Contemporánea, con sede en Querétaro, quienes no han cobrado sueldos desde hace varios meses, "para ellos si les pido un aplauso".

Después dijo algo más, pero el micrófono estaba lejos, y ya nadie se lo acercó. La tomaron del brazo y le ayudaron a salir del escenario, para dar pie a las presentaciones de los grupos de Claudia Lavista, Bárbara Alvarado y Lidya Romero, así como al soliloquio de Rossana Filomarino. Así de rápido fue el Homenaje Nacional que el Instituto Nacional de Bellas Artes ofreció a Guillermina Bravo, autora de alrededor de 57 obras y leyenda viva de la cultura mexicana del siglo XX. Sin invitados de honor en el presídium, sin la presencia de algún investigador o crítico.

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