martes, 19 de marzo de 2013

Carlos Acosta, significado del ballet


OLGA CONNOR

ESPECIAL/EL NUEVO HERALD

Tuve la gran fortuna el domingo pasado de hablar extensamente con Carlos Acosta, el bailarín cubano que llegó a la cúspide de la danza al estar bajo contrato desde 1998 con el Royal Ballet de Londres, en el que brillaron Margot Fonteyn y Rudolph Nureyev, y donde hoy él es supremo primer bailarín.
El miércoles se publicó una parte de la entrevista con información sobre su vida y su trabajo en la película Day of the Flowers, del Miami Internacional Film Festival del Miami Dade College, que lo invitó a presentarla en Miami Beach, junto al director John Roberts.
Pero no puedo sustraerme a las palabras que quedaron grabadas en la computadora, sin publicarse, una conversación sobre su visión de lo que ha sido el ballet y de lo que significa para un bailarín del siglo XXI.
Para él ya está llegando el momento de dejar de bailar y convertirse en gran maestro. Su ilusión es crear una nueva escuela de ballet, primeramente en La Habana, en el edificio que fue rechazado, cuando se construyó en 1961, por Alicia Alonso, la maestra absoluta del ballet en Cuba. Es el que forma parte del conglomerado de las Escuelas Nacionales de Artes, y que el bailarín espera poder restaurar con la ayuda que le brinden a su Fundación Internacional de Baile Carlos Acosta, que se organizó en el 2011 en el Reino Unido.
Cuán fácil parece lo que hace un bailarín clásico en escena, le comenté que se desliza como un ave, un tigre, una gacela por el escenario. Acosta convino en que “el bailarín de ballet es una combinación de atleta, actor, músico, todo eso se sintetiza en este arte de danza, música y diseño. Son muchas artes convergiendo en el mismo punto para crear el arte de bailar”.
Sin embargo, no es tan espontáneo como parece. “Tienes que tener un rigor de entrenamiento total”, aseveró, “a veces podemos estar casi todos los días ocho horas en el entrenamiento del cuerpo y del repertorio específico, hacer una hora de Romeo y Julieta y otra de El lago de los cisnes, son tantas horas al día que te convierten en un atleta, es un rigor por encima de la media de otras personas”.
“El otro factor para llevar todo eso en marcha es que uno tiene que ser extremadamente musical, porque realmente el movimiento, el ballet y las coreografías son extensiones de la música”, explicó Acosta. “Hay que entender la composición y el fin que buscó el músico al componerla, y entonces crear esa gama de emociones, como cuando es tristeza, y cuando es alegría…”
Le comenté que Marius Petipa le pedía a Pedro Tchaicovsky los acordes y cambios que necesitaba para sus coreografías, que se adaptara a lo que podían hacer los bailarines y viceversa. Merce Cunningham originalmente coreografiaba para una música, pero podía usar otra. Seguía las estructuras de su mente, más que las de la música.
Pero Acosta fue entrenado en Cuba con un concepto clásico. Sin embargo, replicó: “No hay distinción. Un bailarín clásico, hoy por hoy, tiene que ser capaz de asumir todos los retos, o sea el repertorio de [George] Balanchine, o el de [Sir Kenneth] MacMillan, así como el de Jiri Kylián, y todas las tendencias que definirán al bailarín del siglo XXI”. Con esta respuesta ya nos estaba adelantando lo que piensa realizar en su nueva escuela de ballet en La Habana. • 

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