domingo, 21 de julio de 2013

“Mi inspiración siempre han sido los diseñadores y artistas que son filósofos”, dice Alejandro Magallanes



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A menudo se habla de los diseñadores gráficos o ilustradores como de seres abrazados con uñas, dientes, mouse y pincel al reinado esclavista de la forma.
 
El mensaje vendría a ser, en esos casos, fruto del ingenio surgido sobre todo en el campo visual de sus desvelos y pocas veces el patrimonio de un contenido sesudo o “profundo” que derivara de una labor intelectual.
 
Es, sin duda, una idea errada de un oficio que se vincula con el discurso de un modo formal, es cierto, pero que basa su eficacia en un “texto” que si nada dice, fracasa rotundamente.
 
Si a ese dominio visual se le agrega la sensibilidad digna de un poeta, es probable que el diseñador se convierta en un artista.
 
Y de eso hablamos: de un verdadero maestro del arte de decir mucho con poco y de deslumbrar con formas que siempre apuntan al lado más íntimo del corazón.
 
Alejandro Magallanes, nacido en ciudad de México en 1971, es un caso extraordinario de artista y diseñador puestos en el mismo envase: un hombre laborioso y prolífico cuyo trazo se expande hacia todas las fronteras de la expresión, dando como resultado  una obra tan personal como ubicua.
 
Muchos de los carteles de cine y portadas de libros que dan color y forma a nuestro paisaje son fruto de su talento y pocos como él gozan de tanto consenso favorable y de una popularidad no buscada pero merecida que testimonia, entre otras cosas y sin quererlo, lo mucho y bueno que hay en México en lo que a arte contemporáneo se refiere.
 
Magallanes estudió diseño gráfico en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1996 fundó, con Leonel Sagahón, el despacho “La Máquina del Tiempo”.
 
 
Ha trabajado para diversas instituciones sociales y culturales, en el desarrollo de proyectos editoriales, imágenes institucionales, carteles, etc., y en 1997 coordinó la exposición No todos los carteles son bonitos.
 
Su trabajo de cartel ha sido expuesto en Japón, la República Checa, Argentina, los Estados Unidos, China, Eslovenia, Rusia, Ucrania, Colombia, Venezuela, Polonia, Cuba y México.
 
Mereció la medalla Josef Mroszczak en la XVI Bienal del Cartel en Varsovia, el tercer lugar en la bienal de carteles a favor de la ecología 4th Block en Ucrania y el premio Golden Bee en la categoría de libro en la bienal del mismo nombre en Rusia. Forma parte de los colectivos Cartel de Medellín y Fuera de Registro.
 
Es, para más datos, el responsable de esas hermosas portadas que proporcionan una identidad extraordinaria a la editorial oaxaqueña Almadía, donde ha publicado su primer poemario ¿Con qué rima tima?.


 
El próximo 31 de julio, en la galería Vértigo, Alejandro inaugurará una muestra de sus dibujos, con el título “Pasado en limpio”. Será una verdadera fiesta en la que los asistentes podrán comprar por sumas irrisorias las obras expuestas, que irán subiendo de precio conforme pasen los días.
 
La exposición inminente ha sido un buen pretexto para una entrevista que transcurrió en su estudio de la colonia Narvarte, donde Magallanes, rodeado por un equipo de jóvenes que se dicen rockeros pero que los viernes se matan con boleros cursis y pegajosos, se dedica a hacer lo que más le gusta, en este caso, el book trailer del nuevo libro de Alejandro Páez Varela, Música para perros.

–      Últimamente has venido haciendo un gran trabajo de cartelería cinematográfica…
 
–      Sí, afortunadamente. Es un trabajo que lo veo como una continuidad…no hay rupturas sino referencias a maestros como Rafael López Castro en los ’80 y ’90, Germán Montalvo en los ’90 y 2000…entre otros muchos artistas del diseño que podría citar y que han hecho carteles muy personales, dando su visión de una película, al lado de la del director. Comencé a diseñar carteles de cine casi al mismo tiempo en que iniciaba la oficina. Fue gracias a Enrique Ortiga, quien vio mis carteles dedicados a los derechos humanos y me propuso hacer cosas para el IMCINE.

–      ¿Cuál fue el primer cartel?
–      El de la película cubana Reina y rey. Coincidió que el cartel original lo había hecho un gran maestro del oficio, Eduardo Muñoz Bachs. Un cartel fue llamando a otro y así…También empecé a conocer a cineastas de mi generación como Roberto Fiesco, Julián Hernández, Everardo González…
 


–      Hasta llegar a Arturo Ripstein…
–      Sí, por Roberto Fiesco, que era el productor de Las razones del corazón y le habló de mi trabajo. Ripstein se involucra mucho en sus carteles y para esta película tenía una idea inspirada en la estética de Manuel Manilla, antecesor de Guadalupe Posada, que a mí también me encanta. Fue muy divertido el proceso de ese cartel.

–      ¿Y cómo ves ese mundo de los carteles de cine?
–      Las versiones comerciales tratan de imitar por cuestiones de marketing la estética de Hollywood, generalmente representada en collages fotográficos.
 

–      ¿Cómo te llevas con la crítica?
–      Bueno, toda acción implica una reacción. Es muy fácil distinguir los tipos de críticas. Quisieras que a todo el mundo le gustara lo que haces, pero eso no es posible. Me pasó con el cartel del Vive Latino, que generó muchísima polémica en las redes sociales. La verdad es que leí cosas muy agresivas y lo cierto también es que siempre uno encuentra la forma de divertirse con todo eso. En general es difícil responder a la pregunta de si te gusta mi trabajo, porque hago de todo: libros donde no se nota la mano del autor, carteles…aunque, claro, el trabajo más potente de diseñador es cuando uno se involucra…De todos modos, pienso que el trazo se nota siempre, aun en esos trabajos neutros, más prolijos e impersonales. Es curioso lo que pasa con Almadía, por ejemplo, es una editorial independiente, con escritores importantes. A veces me preguntan qué siento ser el diseñador de los escritores, pero no es así…
 
 
 
–      ¿Y cómo eres como jefe?
–      Habría que preguntarle a ellos (risas) Fíjate que aquí empieza a trabajar gente muy apasionada. Al principio me costaba mucho delegar, pero la verdad es que los que vienen a esta oficina imponen su personalidad y estilo a los distintos proyectos y eso me encanta, porque aprendo todo el tiempo.

–      Hubo una época del diseño latinoamericano en que parecía haber preocupación exclusiva por la forma. Se fundó esa imagen de diseñador que no lee, que no profundiza…
–      Bueno, hubo y hay de todo. Mi inspiración siempre han sido los diseñadores y artistas que son filósofos. El escritor Carlos Grassa dice que lo que hacemos es el prólogo de una obra de otro. Y en ese sentido, estás obligado a interesarte por todos los aspectos de esa obra. En el caso de las portadas de libros o de los carteles de cine, es más o menos como confeccionar una camiseta que el autor debe lucir encantado de la vida. Y debo decir que he tenido mucha suerte. Generalmente pasa que nos sorprendemos gratamente ambos y eso es muy bueno. Una de las maravillas de esos pliegos de papel es que luego que pasa la promoción de la película, del libro o del concierto, se convierten en trofeos culturales. En Almadía, al final del año, ves aproximadamente 50 carteles y te das cuenta de todo lo que ha hecho la editorial para promover sus libros. Los carteles se convierten en testimonio de un tiempo y un lugar determinados.

–      ¿Cómo es la muestra que preparas para la galería Vértigo?
–      Son 100 dibujos en papel de algodón, de 50 x 70 centímetros, algunos muy complejos, otros muy simples. Algunos me llevaron una hora, otros, todo el día de trabajo. La exposición se llama “Pasado en limpio” y el título está inspirado en un poemario de Octavio, Pasado en claro. Con la muestra sale también, por ediciones Acapulco, un libro de poemas.

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