viernes, 29 de mayo de 2015

Una Bienal de espaldas a La Habana

 
 
Por: Héctor Pérez Chang
 
Bajo el tema curatorial Entre la idea y la experiencia, se desarrolla la duodécima Bienal de La Habana, que se extenderá hasta el próximo 22 de junio. Según los organizadores, con esta nueva edición se pretende realizar una mirada retrospectiva a la evolución de la propia Bienal pero, sobre todo, convertir a la capital cubana en una plaza dinámica para pensar el arte e invitar a “sentir la ciudad y su gente” mediante iniciativas comunitarias e intervenciones públicas en plazas, parques y otros espacios.
 
 
Dicho de ese modo, pareciera que el evento artístico es una renuncia a cualquier concepto elitista del arte y que, con las irrupciones en las dinámicas del barrio y de lo cotidiano, pretenden un diálogo, una inserción, un coqueteo con esa ‘gente común’ a las que, al parecer, hay que dotar de un modo de expresión de sus esencias. Sin embargo, analizando la manera en que algunas de las propuestas artísticas han sido ejecutadas, implicando el ocultamiento de espacios poco atractivos visualmente, la simulación de la marginalidad e incluso el desplazamiento de otros modos de expresión artísticos mucho más populares, pudiera concluirse que la “invitación a sentir la ciudad y su gente” no es del todo sincera.
 
 
Un ejemplo de esto pudiera ser la ofensiva contra los grafitis y murales de arte callejero en el Malecón habanero. Donde hace apenas unos días abundara este tipo de expresión popular, ahora solo quedan amplios paredones encalados que sirven de fondo a las obras de los artistas invitados a la Bienal, esos que, supuestamente, “se integrarían en las mecánicas de lo cotidiano”.
 
 
Otros lugares, como solares yermos, zonas de derrumbes y pequeños vertederos que durante años han sido víctimas de la desatención, en estos días fueron saneados por brigadas de la construcción e incluso se han invertido importantes recursos en rehabilitarlos solo para que sirvan de emplazamiento a las obras. Las otras calles y barrios de la ciudad que no servirán de escenario a la Bienal continúan en el olvido.
 
 
“Con todo el cemento y la pintura que hemos echado aquí yo reparo esos dos edificios. Esto es Cuba, no tiene otra explicación”, dice un obrero que trabaja en el emplazamiento de una de las obras de la Bienal.
 
 
Mientras tanto, en las inmediaciones, esos mismos hombres y mujeres, ancianos y niños con los que se busca “establecer un diálogo” mediante el arte, continúan llamando la atención sobre el peligro que corren sus vidas al no ser atendidos sus constantes reclamos al gobierno sobre lo precario de sus existencias.
 
 
 
Las personas pueden interactuar con esta mano de Facebook. Indicará la dirección que el espectador desee (foto del autor)
 
“Hay dinero, claro que hay dinero, pero no es ni para ti ni para mí”, me dice un anciano al que le pagan 150 pesos por cuidar un muro del que han borrado una obra del artista comunitario Yulier P, solo para emplazar otra que nada tiene que ver con la comunidad. Sin dudas, como me ha dicho un amigo grafitero, ‘no se trata de un diálogo, sino de una pelea a gritos’”.
 
 
Por otra parte, una percepción de la realidad demasiado simplista, por no decir falaz, definen algunas de las propuestas enfocadas en lo arquitectónico y lo urbanístico. Mapeando desde el Parque Trillo es un proyecto de la Facultad de Arquitectura de la capital que busca interactuar con los habitantes de Centro Habana, uno de los municipios más afectados por los derrumbes y los hacinamientos. Aunque en algunos aspectos pudiera ser una idea interesante, en otros revela ese discurso propio de las instituciones oficiales cubanas que, constantemente, esquivan, evaden, ocultan los verdaderos problemas que enfrentan las personas con respecto al lugar donde viven, que casi nunca coincide con el que desean o han elegido para vivir y que, más que un lugar donde habitar, es un espacio donde sobrevivir.
 
 
A pesar de las contradicciones que exhibe esta nueva edición, la Bienal, a veces contra viento y marea, ha logrado traer a nuestras calles, galerías y museos, proyectos bien sugestivos y, en algunos casos, desafiantes, contestatarios y, por qué no, hasta abiertamente contrarios al régimen. Los lenguajes del arte permiten, hasta cierto punto, burlar la censura. La ambigüedad ensancha el espectro de interpretaciones y, en estos días de “normalizaciones”, ya la simple sospecha va dejando de ser un argumento condenatorio. No obstante, en este fingido entorno de tolerancias, las represiones no faltan. El Museo Nacional de Bellas Artes le negó la entrada a la reconocida artista de la plástica Tania Bruguera, que pretendía asistir a una exposición del pintor Tomás Sánchez. También por estos días no han cesado las detenciones de activistas políticos, algunos de ellos vinculados a proyectos culturales de gran relevancia, a pesar del silenciamiento por parte de los medios oficialistas.
 
 
 
 
La edición de este año 2015 cuenta con centenares de artistas extranjeros, algunos de gran prestigio como Daniel Buren, Anish Kapoor y Joseph Kosuth. Entre las propuestas más atrayentes están el proyecto colectivo Entre, Dentro, Fuera/Between, In­side, Outside, que integran artistas cubanos y estadounidenses, y los performances Tercer Paraíso, del italiano Michelangelo Pistoletto, y La perla negra, de Nikhil Chopra, donde el artista hindú, durante 60 horas ininterrumpidas, permaneció dentro de una jaula situada en la Plaza de Armas.
 
 
Una de las propuestas más populares es La pista de hielo, del norteamericano Duke Riley. Ubicada en las intersecciones de Malecón y Belas­coaín, la obra es una estructura hecha con lá­minas de un material muy semejante al hielo y sobre la cual es posible patinar. Algunos se acercan y, al creer que se trata de hielo verdadero, lanzan expresiones de asombro; otros, acostumbrados a la locura, al absurdo, a la improvisación como métodos de gobierno de sus dirigentes, no dicen nada o protestan bajito.
 
 
“La gente no entiende de arte cuando tienen necesidades”, comenta una mujer que cuida otra de las obras emplazadas en el Malecón. Su trabajo durante un mes será velar porque no se roben los tenedores que recubren una gigantesca cacerola. Son miles de cubiertos, auténticos, semejantes a las espinas de un erizo. “Es tanta la necesidad, que se han llevado ya varios tenedores. Yo no sé cómo, porque no le quito la vista de encima”, me dice la señora.
 
 
Muy cerca se alza otra obra que parece un pastel de cumpleaños del cual afloran cientos de lenguas. Las personas se acercan, lo tocan, comentan sobre el revuelo que provocaría si fuera de masa y merengue reales. Los niños intentan saborearlo y algunos adultos comen y beben a la sombra del objeto, como si celebraran una fiesta.
 
 
Mientras tanto, decenas de policías recorren las calles para velar por que tanto metal, cristal, arena y madera empleados en las obras de los artistas no sea acarreado en carretillas por esa multitud de gente necesitada con la que la duodécima Bienal de La Habana tanto desea establecer un acto comunicativo o una dinámica de integración.

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