jueves, 24 de marzo de 2016

El niño fotógrafo que creció entre la sangre

 
 
Por: Juan Carlos Talavera
 
Para Enrique Metinides (Ciudad de México, 1934) la fotografía es como el cine: un testimonio para el futuro, un pasatiempo que en medio siglo le permitió observar los cambios de la ciudad y sobrevivir a 19 accidentes que le provocaron nueve costillas rotas, un infarto y la caída desde un acantilado. Pero en todo ese tiempo, asegura, fueron las ranas de la suerte y la Virgen de Guadalupe quienes lo cuidaron.
 
 
 
Metinides siempre ha creído en la buena suerte. Por eso no demerita la fortuna de que el próximo viernes 1 de abril se estrene la cinta El hombre que vio demasiado, de Trisha Ziff, dentro de la gira de documentales Ambulante, del 1 al 14 de abril, donde se cuenta la vida de este fotógrafo que inició a los nueve años y obtuvo el mote de El Niño, así como la exposición que ha montado el Fotomuseo Cuatro Caminos y cerrará el 15 de mayo.
 
 
 
Después vendría su larga carrera: cuando a los 10 años publicó su primera portada en La Prensa, su participación en el Alarma o a cuando lo contrataron a sueldo, a los 14 años, en el extinto periódico Zócalo, la retrospectiva que le dedicó el MoMA de Nueva York y el récord que ostenta como el fotógrafo más joven del mundo.
 
 
 
Todo esto lo dice a Excélsior, pero asegura que él aún es un niño curioso, un dicharachero al que le gustan los chistes y que recuerda con humildad cómo inventó el código policiaco hasta hoy utilizado.
Todo empezó con las películas, reconoce. Entonces vivía en la calle de Vizcaínas y cada domingo iba a los cines de San Juan Letrán para ver las películas policiacas, con las persecuciones, los incendios y las balaceras que tanto le emocionaban.
 
 
 
A los nueve años su papá le regaló una cámara Braun, hecha en la Alemania de los años 30, con la que empezó a fotografiar algunas escenas de sus películas favoritas. Luego decidió caminar por Paseo de la Reforma y la avenida Juárez para retratar la ciudad. Ahí nació el germen que lo llevaría a ser un fotógrafo policiaco.
 
 
 
Para entonces su papá tenía un restaurante en San Cosme, a media cuadra de la séptima delegación, donde a menudo comían desde el ministerio público hasta el juez calificador y los policías. “Un día les enseñé mis fotos y me dijeron que fuera a la delegación para tomar fotos de los detenidos y los muertos. Y así comenzó todo”.
 
 
Metinides abre un álbum y muestra una fotografía donde aparece un hombre decapitado. En la escena hay un policía que sujeta la cabeza del hombre, mientras el cuerpo yace a un lado. “¡Ah, mira!, fue mi primer muerto”, dice como si acabara de descubrir una reliquia.
 
“Fue mi primer cadáver y tenía 9 años. Lo mataron y luego pusieron su cuello en la vía del ferrocarril de Buenavista para amputarle la cabeza. Imagínese a un niño tomando esa foto. Sí que me fui acostumbrando pero ésta me dio miedo”, reconoce.
Un año después Metinides estaba en el restaurante de su papá. Cuando llegó un policía y le dijo que corriera al cruce de San Cosme y Altamirano porque un carro se había hecho pedazos. El Niño corrió como si fuera una carrera de obstáculos. Al llegar vio un carro destrozado y empezó a tomar fotos. De pronto llegó un taxi con un fotógrafo de La Prensa y le dijo:
 
 
-¡Hey tú!, ¿por qué tomas fotos?
-Ah, las guardo de colección.
-¿Y no vas a la escuela?
-Sí, pero entro a las dos y media.
-¿Y no te gustaría trabajar conmigo? Veme a ver a Humboldt y avenida Juárez. Pide permiso a tus papás y traes tus fotos. No te voy a pagar, pero vas a aprender.
 
 
Entonces el niño llegó a casa, juntó sus fotos y al otro día empezó a trabajar. “Nunca pedí permiso. Pero me gustó porque íbamos al Palacio de Lecumberri, donde retrataba presos y conocí a los delincuentes más famosos de la época. También íbamos al Semefo, que antes estaba dentro del Hospital Juárez.
 
 
CUBIERTO DE SANGRE
 
 
 
Metinides toma sus álbumes con cientos de fotografías y se convierte en un abuelo que cuenta la historia atrás de cada imagen. Y aunque reconoce que nunca imaginó que éstas tuvieran un valor artístico, afirma que la idea de captar al mirón sí es suya, pues la descubrió en las películas de matones. Así que esta técnica la llevó a los 198 accidentes aéreos que cubrió, miles de choques, conatos de suicidio, percances en las vías del tren y hasta en aquella escena donde una mujer camina con un ataúd en la calle.
 
 
 
Al azar abre el libro y se ve la imagen de un niño de seis años que está sentado en la cama de un hospital. No recuerda su nombre. Y aunque la historia es larga recuerda que atropellaron al niño en avenida San Joaquín. Tras el accidente, un taxista lo lleva al hospital militar, pero luego fue trasladado a la Cruz Roja de Polanco, donde le operaron una pierna.
 
“Un día estaba de guardia en la Cruz Roja cuando la jefa de enfermeras me pidió que le tomara una foto al niño. Ya lo iban a mandar a una casa cuna porque nadie lo recogía y ya estaba dado de alta. A mí me pareció un niño bonito, así que le tomé varias. Cuando llegué al periódico se las mostré al director. Y al otro día se publicaron en portada con el título Mamá, ven por mí. Al otro día quise seguir el reportaje, pero su mamá ya lo había recogido”.
¿Y qué opina de la nota roja en nuestros días?, se le inquiere a Metinides. “Yo no cubrí nota roja, sino policiaca. Es diferente. La nota roja es corriente. Pero se pueden hacer fotos de drama sin meter al ensangrentado”.
              

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