martes, 24 de mayo de 2016

La gente necesita bailar, sea como sea: Amparo Sevilla




La antropóloga social Amparo Sevilla, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en la Dirección de Etnología y Antropología Social del Distrito Federal, lleva alrededor de cuarenta años dedicándose a la investigación de la danza tradicional mexicana. Por muchos años, la ha envuelto el misterio de qué hay detrás de esa magnífica expresión humana. Empezó estudiando danza profesional en la carrera de bailarín de concierto, —que integra danza contemporánea y danza clásica—, desde que tenía siete años.



En ese momento, la danza folclórica le era muy ajena: “Entre clásicos y folclóricos nos descalificábamos mutuamente, diciendo: ‘yo sí hago danza de verdad, tú no.´” Pero a raíz de que empezó a estudiar antropología, —alrededor de doce años después—, se dio cuenta de que la técnica para danzar que había aprendido en la escuela era muy ajena a lo que ella buscaba interiormente: “En la danza escénica hay mucha preocupación por la técnica, pero poca ocupación en permitir que cada ser humano encuentre su propia forma expresiva. En la danza tradicional mexicana, y también en los bailes populares de las colonias en los que la gente cierra las calles, encontré que había mucha cercanía entre baile y juego: cuando la pareja juega al bailar se acerca al ritual de cortejo, y construye un momento fascinante que pasa por un ánimo más lúdico, más creativo y más libre. En las diferentes formas de bailar y de danzar he encontrado que, finalmente lo que importa, es que la gente pueda, a través del movimiento corporal, encontrar su propio ser. Y eso es muy difícil.” La maestra Sevilla ofreció una conferencia sobre danza tradicional mexicana en el Museo Morelense de Arte Popular (MMAPO) el pasado marzo, con la que inauguró formalmente el Seminario Permanente de Arte Popular de este año. Su ponencia fue a la vez profunda y amena, ocupándola para promover la danza tradicional como un método de curación milenario, espiritual, terapéutico y lleno de gozo sin igual, como cuando para concluir, dijo a su público: “Si algo van a llevarse de esta plática que sea: dancen. Así sea en la fiesta familiar, dancen. Aprovechen esta hermosa oportunidad que nos da la vida.” Una noche, al meterse a un viejo salón de baile del D.F con la intención de estudiar el mambo, el danzón y el chachachá, se encontró con un hombre viejo y danzonero que le dijo: “Esto del baile es una adicción; si uno deja de hacerlo, se enferma”. En entrevista, reveló su modo particular de ver el acto de danzar: –¿En qué momento llegó su ruptura con la danza escénica profesional? ¿Qué le hizo valorar la danza tradicional por encima de ella? –Aprendí que la danza es un modo de vida, no una rutina de nueve a seis. En danza escénica estábamos muy ajenos a las preocupaciones y a la sensibilidad del pueblo mexicano. Con el baile académico no sentía que era yo, era un modelo que se me imponía; una idea canónica de cuerpo y movimiento que venía de Europa, muy alejada de la realidad fisionómica y cultural de México. Yo no disfrutaba. Así veo a la mayoría de los estudiantes profesionales de danza; pocos han encontrado su propio sentir corporal, lo que ahí importa son las tendencias estéticas. Cuando comencé a estudiar la danza tradicional desde el punto de vista antropológico me sorprendí.



Era rata de ciudad, y la primera vez que salí al campo para ver una danza en Tlaxcala me fui de espaldas. Llegué a otro planeta. Fue la primera danza que vi en su lugar de origen, en su ámbito. Una verdadera maravilla. La comunión con el universo, por ejemplo, está muy presente en las danzas tradicionales, un muy especial sentido de pertenencia y comunidad.




Por otro lado, los salones viejos de baile del D.F. son verdaderos templos. Ahí se hace, de algo aparentemente intrascendente, todo un ritual. Están llenos de mujeres atrevidas que rompen con el rol de ser mujer; amas de casa que se van a mover el bote una o dos veces por semana sin que nadie lo sepa. Una práctica indispensable para sobrevivir en un lugar tan pesado como el D.F.




–¿Qué es la danza? ¿Qué tan abierta es a la innovación y a la propuesta de nuevas maneras de mover el cuerpo? –Independientemente de todas sus formas, la danza es una expresión a través del movimiento corporal, normatizada por los principios culturales.




No puedo mover mi cuerpo como a mí se me ocurra y decir que es danza. En la danza y el baile siempre vamos a encontrar cánones. Independientemente de si es profesional o por divertimento o religiosa. Siempre habrá patrones de movimiento establecidos socialmente, pero unos son más permisibles y más elásticos que otros.




Hay unos que son muy rígidos. Y otros te dan una base, y sobre esa base puedes improvisar mucho. Lo que está en juego es que, sobre una base, tú puedas saber que tú eres un creador y que puedes desarrollar tu propio ritmo y tu propia intensidad en el movimiento, saber que a través del movimiento corporal se pueden lograr momentos de mucho placer. El cuerpo humano, cuando se logra expandir y sacar las energías que generalmente están muy contenidas por las reglas y la normatividad social, tiene la oportunidad de, justamente, crear diseños corporales y de movimiento que generan una enorme satisfacción cuando salen desde muy adentro de ti. No cuando salen para competir con el otro que también está tratando de expresarse, o para lucir que eres un gran bailarín; puedes dar unos grandes saltos y puedes moverte mucho, pero si no hay un contenido sensible y una base expresiva en ese movimiento, son movimientos vacíos. Cuando voy a ver ballet clásico, veo a los bailarines tan preocupados, tan tensos, ¡están sufriendo! Pocos son los que logran trascender la técnica y el “qué dirán de mí” y hacer de esa expresión algo verdaderamente placentero, lúdico y comunicativo. Cuando conoces el baile tradicional a través de las compañías folclóricas y luego conoces el baile en su lugar original, te das cuenta de que no se bailan con la intención de dar espectáculo, sino con la intención de comunicarse con otras fuerzas y abandonar el “yo” y alcanzar el “nosotros”. Muchas veces, los ballets folclóricos llegan a tergiversar danzas originales.




Hay que decir que se trata de inventos coreográficos. México es uno de los países con mayor número de danzas tradicionales en el mundo, pero muchas están desapareciendo por culpa del declive en la práctica de la agricultura, la migración y la espectacularización de la danza.




–¿Es posible alcanzar otro estado de conciencia a través del movimiento? ¿A qué clase de transformaciones da pie la danza? –El movimiento dancístico provee dos estados fundamenta- les para el hombre: éxtasis y catarsis; goce y purificación. Las viejas culturas de todo el mundo coinciden en un paradigma: tu cuerpo es parte del cosmos. En esas culturas, entre las que se encuentra la mexicana, no hay división entre el cuerpo y todo lo demás. Es a partir de la división entre cuerpo y alma en la visión judeocristiana que se empieza a escindir el cuerpo y a plantear otro paradigma: el cuerpo individual, que puede entrar en contacto, pero no es parte de. Entonces, cuando tú ves y analizas las coreografías de las danzas tradicionales mexicanas, muchas son circulares y líneas paralelas que se entrecruzan. Muchas tienen que ver con la reproducción de los movimientos celestes; contienen la idea de que tu energía corporal, a través del movimiento, se ofrenda, como el movimiento mismo de la tierra, el sol y la luna. El movimiento como origen de la vida es un fundamento filosófico muy importante de las viejas culturas. La danza misma es la mejor forma de ofrendar a la deidad la continuidad de la vida. Entonces hay un concepto filosófico que da razón de ser a ese movimiento, no parte de la nada o una abstracción, hay un concepto del cuerpo como parte del todo. A través de una danza llegas a compenetrarte con otras energías y otros cuerpos en movimiento, y esa experiencia puede ser altamente terapéutica por el efecto simbólico que ejerce el que tú te sepas parte de un grupo, que no eres un átomo aislado, perdido en medio del espacio, sino que eres parte de una entidad: de un colectivo en el que se conjugan energías que te dan otra dimensión de la experiencia. Ese acto simbólico tiene una represión en tus procesos químico-orgánicos. De ahí viene el efecto terapéutico.



–¿La expresión a través de la danza puede ser subversiva? –Hablar de subversión es un terreno complejo en el arte porque, por ejemplo, en México, cuando llegan los españoles, prohíben la mayor parte de las danzas anteriores a sus danzas católicas. A pesar de la prohibición, continuaron y fueron adaptándose a la mirada del clero, pero siguieron en paralelo muchas de esas danzas.



Cuando llegan las culturas africanas, el mover las caderas es absolutamente sancionado; en la lista de denuncias ante la inquisición hay una enorme cantidad de bailes prohibidos. Al estudiar el siglo XX me encontré con un baile de nombre Swimmy, de la década de los 20, con muchos reportes de inspectores que entraban a los salones de baile y que los llamaban bailes pecaminosos. Pedían cerrar esos salones porque las damas decentes entraban en un ámbito de mucha perversión porque separaban las rodillas al bailar. Hay una larga, larga lista de bailes prohibidos. Primero por la inquisición, después por otras formas religiosas, después por esos mojigatos, que los ha habido siempre y en todas las épocas, que los han considerado terribles y diabólicos.



Por fortuna, también siempre ha habido quien se atreva a expresarse, ya sea mediante la música, la pintura, el cine o cualquier otro arte y ha roto estos cánones de prohibición de la expresión humana. Yo empecé a elaborar una lista de bailes prohibidos, pero a la fecha sigue. En pleno 2015 encontrarás sectores que consideran que hay bailes ‘muy deshonestos’.



Lo decía Michel Foucault —filósofo francés—: el cuerpo humano es el principal objeto de control político y social: el establecimiento del orden social pasa por el control corporal.




Entonces el cuerpo es el sujeto fundamental de la mirada de la represión. El cuerpo debe ser absolutamente controlado y vigilado. Hay muchas instituciones a través de las que se establecen estos controles. La más visible es la iglesia, pero también está la familia y también está el estado, como cuando prohíbe, en algunas entidades del país, la posibilidad del aborto. Esta historia lleva ya mucho tiempo.



–¿Qué es más importante al danzar: el instinto o la técnica? –Los dos ámbitos. El cuerpo es una entidad biológica con necesidades que le permiten continuar vivo, pero también es resultado de una construcción cultural. Esto quiere decir que nos enseñan a percibirnos, a movernos y a sentirnos.



El cuerpo biológico tiene el latido del corazón y toda una serie de movimientos que no dependen de nuestra conciencia, sino que son procesos físicos que tienen su conexión, su expresión y su integración con nuestro mundo simbólico.



Ninguno es más importante que el otro. Ambos forman una entidad. No es que una cosa sea más importante que la otra, sino que se da una integración, esta sensación de comunión con los otros seres vivos, con el universo, con el lugar en el que estás parado.



La danza te permite integrar otra dimensión de la experiencia, donde cada cosa juega su papel pero se dan de manera integral. Hay danzas de la cultura yoruba en donde, cuando empiezan a tocar los tambores, he visto viejos que botan el bastón y empiezan a moverse como un niño de quince años, porque a través de la danza han aprendido a tomar energía de otras fuentes. Puedes ver a señores de noventa años que cuando termina la danza los tienen que cargar para que sigan caminando, pero que al bailar lo hacen como un adolescente.



Eso es la danza.

No hay comentarios: