lunes, 16 de enero de 2017

Esther Seligson; derivas y cicatrices



Foto: Cortesía Cuadrivio


Por: Juan Carlos Talavera



Dos libros con textos inéditos y otros poco conocidos de la poeta, narradora, ensayista y traductora mexicana Esther Seligson (1941-2010), serán publicados por la editorial Cuadrivio en los próximos meses. Se trata de Cuerpos a la deriva y Cicatrices, donde se recuperan relatos, aforismos y microtextos relampagueantes, creados por la pluma multifacética y luminosa que encontró eco en los brazos de la mitología, el exilio, la ironía y el erotismo.



Seligson es una autora que no ha sido debidamente valorada en el concierto crítico de la literatura mexicana, por esa etiqueta de autora de culto, por ser una escritora inclasificable en el sentido de que genéricamete sus textos son movedizos y su escritura no tuvo la atención de la crítica”, comenta a Excélsior Geney Beltrán Félix, quien se ha encargado de la investigación y el cuidado de ambos libros a publicarse en este año.



Al punto en que hoy es más conocida como la primera traductora de Emil Cioran antes que como una autora por derecho propio. Así que esta condición de autora secreta le dio lectores muy fieles, pero también escasos, sin dejar de lado el carácter arriesgado de su escritura, que no ha sido fácilmente incorporado por los grandes grupos editoriales o por la idea del mercado editorial, dado que su escritura siempre fue indómita, rebelde y muy personal”.



En Cuerpos a la deriva, que será publicado antes de que concluya este mes, se han compilado 19 relatos donde se apreciará visiblemente su interés por la apropiación de figuras que provienen de la mitología griega y un atisbo a la evolución de su escritura en la última década de su vida.



Uno de los relatos más impresionantes es Voz sin sombra, con el que se cierra este libro, donde hay una suerte de monólogo dramático por parte de Ifigenia, hija del rey Agamenón, quien aparece en un episodio previo a la Guerra de Troya, sólo que Seligson hace una reinterpretación de ese mito, con una gran escritura lírica”, asegura Beltrán.



Otra vena poco conocida de esta autora es la satírica, la cual también aparece en este conjunto de relatos. Esos textos demuestran una gran capacidad de observación de personajes en situaciones muy contemporáneas con una prosa fluida y elástica y un interés dramático por ver los conflictos aparentemente nimios que resultan fundamentales para los personajes, añade.



Así hay algunos ejemplos, como Su mundo en la cama, donde un grupo de ancianas tienen pequeñas guerras en un asilo por  asuntos supuestamente triviales; o un relato muy bello que se llama Cajas cerradas, sobre una muchacha que tiene la costumbre de hacer pequeños robos, aunque aparentemente no tiene la finalidad de enriquecerse”.



Debe recordarse que, en la última etapa de su escritura, Seligson se planteó abrir más la mirada de la escritura ficcional, incorporar personajes de diferentes situaciones, no sólo del mito y de su vida personal, con una notable variación estilística y una vena lírica, como en Voz sin sombra, Nuestra Señora de la Choza o el relato Cuerpos a la deriva, donde se aprecian historias  de corte realista y satírico, con una voz más coloquial, directa y concreta, para convertir a este volumen en un libro muy plural, asegura el también ensayista, narrador y traductor.



Y aunque su prosa es leída gracias a la antología Toda la luz, publicada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en 2006, Cuerpos a la deriva presentará una visión distinta que podría sorprender a nuevos y fieles lectores.



HUELLA COMPACTA

En el caso de Cicatrices, apunta el también compilador y editor, se reúne la prosa compacta de Seligson, aquella que va del aforismo a la escritura breve, parte de la cual verá la luz por primera vez.



El segundo libro que publicará Cuadrivio a mitad de este año contendrá la compilación de sus brevedades, aforismos y minificciones… toda la escritura mínima de esta autora heterodoxa que se rehusó a etiquetar su escritura, al punto en que ella decía que si sus líneas no eran cuentos, relatos o ensayos, prefería llamarlos textos”.



Esta característica tan elusiva de su escritura se aprecia en su prosa breve, con la cuales salpicó varios de sus libros, advierte Beltrán. “Por ejemplo, en Hebras, de 1996; y en Indicios y quimeras de 1991, donde incluyó una sección de apuntes al vuelo entre aforismos y fragmentos que dan cuenta de su escritura en proceso hoy poco estudiada y abordada.



Por cierto, Seligson tradujo a Cioran y al poeta egipcio Edmond Jabès, con quienes tuvo una gran afinidad intelectual, ya que también ejercitaban esta forma de escritura súbita y relampagueante. Lo cierto es que ella fue una autora que nunca se planteó trabajar por proyecto literario o sobre un libro determinado, sino que muchos de sus libros fueron el resultado de un proceso interior que partía de sus diarios, donde captaba esos momentos de escritura inmediata que luego reunía y acomodaba”.



En suma, Cicatrices reunirá en un solo volumen todas esas huellas que a lo largo de varias décadas Seligson dejó en el cerco de la brevedad, donde sí hay un tono
autobiográfico, pero también la mente de una ensayista y una mirada poética sobre la existencia, concluye.


NUESTRA SEÑORA DE LA CHOZA

Détruisons le feu de notre vie par un surfeu,

par un surfeu surhumain, sans flamme ni cendre,

qui portera le néant au centre même de l’être.

Gaston Bachelard, La psychanalyse du feu



in memoriam Magdalena Ortega

Habitada por lo invisible aguardo al Mensajero sin conocer para nada qué exactamente espero. Lo sabré, sin embargo, cuando su presencia se anuncie y debo, entonces, tener ya preparada mi vestimenta, malla de pequeñísimos caracoles, y el hogar, pues los genios de los caminos convergen ahí donde el fuego eleva su canto de luz y sombra, danza la armonía secreta del universo y ata los mundos con ligaduras de chispas somnolientas que acechan el instante preciso de su despertar y que vendrán a ser mi propia tumba, pues el fuego me abrió y él habrá de reintegrarme a la negra tierra de los orígenes, barro menstruo que recibirá mi cuerpo cubierto con la ceniza resplandeciente de estas nueve maderas que carbonizo, negra toda yo, bermejos los dientes, la lengua, uñas, cabello, para unirme al blanco Oeste región de la vejez ya que mi tarea ha concluido, los brazos no son más cuna, lecho de amor, odre, ninguna sed apaga mi sed, cumplido el cuerpo su servicio habrá de retornarse cuesco a la tierra fecunda para fecundarla a su vez. Llueve. El agua me devuelve a la soledad de los bosques, a la paciencia de la oscuridad en la raíz de cada árbol, cada hoja, al fondo de cada grieta en los montes, a las veintiocho casas de la Luna, al manantial de la sabiduría que me fue dada para bendecir con amor a los seres por mí creados pues todo ser celebra en sí mismo la perfección del Universo, sí, salvo el ser humano, ese inconforme cuyo viento fogoso aniquila los tiernos brotes por crecer. Ahora danzan allá afuera alrededor de mi santuario y esperan, también, a que el silencio se haga en mi corazón purificado de su pasión por la vida —tan frágil su soplo, tan poderosa su fuerza— o para que el espejo del Gran Uno me absorba y puedan proceder a la iniciación de la nueva Madre. Lejos estoy, sin embargo, de la pureza, de poder mirarme en ese espejo sacro no oscurecido por pasión alguna, sino antes bien lo amarga un polvo que dibuja en su no silencio las palabras violentas de los ingratos hijos, las codicias que hirieron la superficie no quieta de sus aguas luminosas donde pierdo el trazo de mi rostro ensombrecido por el dolor. Y no que esperara agradecimiento por el mucho servicio que se tomaron de mi cuerpo, de la resonancia de mis nombres senderos para el caminante que me buscó y vino hacia mí siguiendo las huellas de nadie, de nada, en tiniebla profunda, a mí, sombra de la Luz viviente, la Madre, el Nombre de todos los nombres, Innombrable germen de dioses y de seres —¿quién soy ahora?, ¿quién me conoce?—, la Puerta. Y sé que de no alcanzar por mí misma el silencio —y aunque lo alcanzara— vendrá el cuchillo y arderá mi cuerpo con la choza como si no estuviese dentro, como si nunca hubiese estado aquí pariendo a los hijos del sacerdocio, a las hijas de la lluvia, al grano fértil, grano yo, surco de agua, no existe gravedad opuesta a la gracia ni gracia contraria a la gravedad como no se encuentra el hijo por nacer fuera de las aguas y la piel del vientre materno, caparazón de tortuga, juntos unimos los hilos de la tierra con los hilos del cielo donde las siete Hijas de la Noche bordan nuestros destinos y nos designan un cuerpo altar de lo invisible, arpa donde ha de resonar la alabanza incansable pues eco somos de la Voz, ofrenda. Y añoro el golpe quieto, larga aguja de plata inserta en el mediastino, y no por cansancio de vida o por mis tejidos ahítos sino porque el dolor me fue secando la alegría de esta espera final, su promesa de libertad que conozco desde el inicio, cuando el espino blanco floreció y fui la elegida, la designada para abismar el afilado cuchillo según me instruyeron. Igual fue mi deber instruirlas, doncellas —aunque nunca sabré a quién le será entregada la fina aguja como tampoco lo supe yo hasta el último momento—, para la noche de la luz de Mayo en que la nueva Madre conocerá la lenta, pausada, sabia penetración de los sacerdotes vestidos de follaje que le vaciarán su simiente entre los muslos desplegados sobre el negro vellón sacramental, ebria Ella de elíxires que la irán elevando hacia los vastos infinitos mundos de la Creadora Nutricia, la Puerta. Pronto terminarán los cantos, la danza, y la Luna Nueva asomará con su halo para comerse a las sombras. Así, en cuanto el silencio se haga tan tenue como la respiración de un recién nacido y la espesura de la noche tan densa que no alcance a mirarme la mano frente a los ojos, el cuchillo irrumpirá en mi carne y el corazón estallará partido en dos mitades y será tan súbito y ágil el golpe que nada se alterará. Entonces Ella, la Elegida, encenderá el fuego, y mientras consume éste que fuera mi Reino, hurtará su propio cuerpo de las llamas bajo la piedra que cubre el pozo, el mismo pozo donde yo me escondí, sigilosa, para resurgir virgen, Nuestra Señora de la Choza. A fin de cuentas todo termina por resumirse en un sacrificio, en la ofrenda. ¿Es ésta una espera diferente a otras esperas? Se dice que cualquier espera es un exilio, y siento que desde entonces lo he ido madurando, madurando a ensanchaduras lentas, despacio, como una semilla, tegumento a tegumento. El tiempo es meramente una larga germinación. Desciendo hacia lo divino, y paso a paso el corazón va encontrando su silencio, su luz, la certeza de hundirse, hundirse sin querer rescate alguno, nunca, nunca más, hasta la fusión en el alma de los mundos...

Esther Seligson

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