domingo, 6 de agosto de 2017

Música de niches



Por: Felipe Rosete


Fui a un concierto del Grupo Niche, asentado desde 1982 en Cali, Colombia. Una orquesta de salsa que celebra su aniversario número 37 desde que viera la luz su primer álbum, Al pasito, en el que ya hacían derroche de esa mezcla de percusiones y metales, a tono con el bajo y el piano, que van hilando los sonidos de los distintos instrumentos. Armonía que funge como la escenografía de cuatro voces masculinas que le cantan al amor en sus diversas versiones, desde el amor a su ciudad —sus fiestas, su rumba, sus mujeres, sus calles, sus palmeras—, hasta el más doloroso desamor derivado de engaños, mentiras o traiciones, pasando por esos momentos en los que las parejas —algunas compuestas por hombres o mujeres infieles— no hacen sino derramar miel, fuego y pasión, arrastrados por el deseo y por su propio destino.



México, declaró el líder de la banda, es el país donde más discos ha vendido el Grupo Niche en su larga carrera. Y cómo no, si sus grandes éxitos ambientaron desde los años 80 las calles de la ciudad, en esas fiestas sonideras que ponían a bailar a todos sobre el asfalto, aquellas cuyo poder se hacía sentir incluso en los barrios aledaños, hasta donde llegaba la música —salsa y cumbia, sobre todo— acompañada de las intervenciones del DJ en turno, quien cada tanto saludaba con el micrófono en eco al festejado, a amigos suyos o de los asistentes o al propio barrio. “Saludo-udo-udo-udo-udo, al amigo-igo-igo-igo Brown-own-own-own-own. Allá va-va-va-va-va”. Y luego, la tonadita inicial de 'Una aventura', seguida del famoso: Una aventura/ es más bonita/ si no miramos/ el tiempo en el reloj/ Una aventura/ es más bonita/ cuando escapamos/ solos tú y yo.




El Teatro Metropólitan dio acogida el 28 de julio a cerca de 3 mil espectadores que, a pesar de las filas de asientos, sacudieron el cuerpo sin parar. Cientos de ellos convirtieron los pasillos en una pista de baile alternativa. Algunas parejas de seres encanecidos y mayores, otras conformadas por jóvenes de cienes y nucas rapadas acompañados de lindas mujeres con vestidos cortos, pantalones entallados y de escote prominente. Otras tantas aquejadas por el sobrepeso, aunque completamente desfachatadas en sus movimientos. Bolitas de colombianos que agitaban su bandera de colores alegres y gritaban como desaforados cuando la banda mencionaba el nombre de su país. Y alguno que otro solitario que no se quiso quedar sin disfrutar de esa grandísima orquesta.



El sonido fue perfecto. La temperatura subió poco a poco, con picos emocionales tremendos en 'Se pareció tanto a ti', 'Gotas de lluvia', 'Nuestro sueño' o 'Busca por dentro'. Pero todo terminó de estallar hacia el final del show, con ese trombón inconfundible que da inicio a 'Cali pachanguero', oda a una ciudad de romántica luna, calles que se levantan, mujeres sin par, a la que todos los caminos conducen. La misma ciudad a la que el cantante se refiere como “mi bella Cenicienta”, ante la que se postra de rodillas, arrepentido por haberse marchado de la “sucursal del Cielo”. “Que todo/ que todo/ que todo/ que todo qué”: “Que todo el mundo te cante/ que todo el mundo te mime/ celoso estoy pa’que mires/ no me voy más ni por miles”, cantamos todos a coro y de pie, con las manos arriba y el rostro emocionado.



A ese grado llega el amor de los niches por lo suyo. No sólo su ciudad, sino también su música, su raza, su “nichura”, esa bella sabrosura que, en mayor o menor medida, todos compartimos como seres humanos. “Por dentro todos llevamos la misma sangre”, señalan en 'Etnia', canción que nos recuerda que “cada quien tiene del otro su poquitico”, y hace resonar en nuestros adentros los tambores que traemos en el alma, para así llenarla de alegría y contraponerla a las penas más grandes o a las situaciones más adversas.



De ahí que su música logre conectar tan bien con la gente de la clase popular y oprimida, que a través del baile logra fugarse, aunque sea por un instante, de sus problemas cotidianos. Como siempre ha ocurrido con la música de niches.



Fuente: El Financiero

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